Reconciliarnos... sí o no?
Por Pilar Suárez

Si alguien nos hizo daño, nuestra mente racional nos va a traer todos los motivos que tenemos para estar enojadas/os con esa persona. Cuando nos vinculemos con ese hecho, probablemente la casi totalidad de la atención de nuestra mente racional va a estar centrada en el dolor y, desde esa mirada, nos va a invitar y a justificar que estemos en el odio, en el rechazo, en el deseo de venganza.
Lo que muchas veces olvidamos es que todos esos sentimientos que nos creemos en derecho de sentir y de anidar en nuestro interior, nos perjudican a nosotras/os mismas/os. Hoy no vamos a adentrarnos en el profundo tema de por qué o para qué nos acontecen daños en la vida. Lo central de este escrito es traer la conciencia de que, aún si nos sentimos víctimas de las circunstancias y, por ende, con derecho a estar en el enojo, odio y rechazo, cuando elegimos ese camino nos estamos haciendo un daño a nosotras/os mismas/os, no sólo a la persona que nos hizo el daño.
En el camino de la reconciliación, muchas veces nos encontramos con personas que se niegan o se resisten a sanar sus heridas porque sienten que, si lo hacen, le están haciendo un favor a esa persona que las lastimó. Como si la mente racional les murmurara: “Esa persona no merece que estés en paz con ella. Esa persona no merece tu paz. Esa persona no merece la paz”.
Pero es importante advertir que somos nosotras/os mismas/os las/os que no estamos en paz cuando el odio y el deseo de venganza anidan en nuestros corazones y contaminan nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestros cuerpos. La consecuencia del apego al pasado es que no estamos libres de él, haya pasado el tiempo que haya pasado, porque lo seguimos mirando, seguimos aferradas/os a él, y eso tiene efectos, en principio, en nuestra propia vida.
Cuando decidimos emprender el camino de la reconciliación, el camino de asentir e integrar todo lo que pasó, todo lo que pertenece porque es una parte de nuestra vida (nos guste o no), lo hacemos, en principio, por nosotras/os mismas/os, por nuestra propia necesidad y deseo de estar bien, saludables, felices, empoderadas/os. Aunque eso tenga repercusiones directas y tangibles en quienes nos rodean, lo hacemos por nosotras/os, porque comprendimos, por la propia experiencia, que el odio opaca el brillo que podríamos experimentar y ser.
Si nos detenemos a reflexionar, todo esto no es más que algo de sentido común. ¿Acaso no sabemos que el odio corroe, ensucia, enturbia, opaca? Sin embargo, el odio y el rencor también ciegan, y es frecuente ver cuánto nos olvidamos de nosotras/os mismas/os cuando le damos el poder a lo que pasó y a lo que ese apego produce en nosotras/os.
Por lo demás, ¿nos permitimos ver el odio y el rencor que hay dentro nuestro? ¿O nuestros propios juicios nos impiden ver que eso que tanto rechazamos y repudiamos también vive en nosotras/os? ¿Cuán honestas/os nos permitimos ser? ¿Nos hemos propuesto, alguna vez, mirar en profundidad lo que hay dentro nuestro?
Cuanto más profunda está nuestra verdad… cuanto más la entierro dentro de mí, aunque ni siquiera sea consciente de la tierra que vengo sacando para que la profundidad sea cada vez mayor… más se va a encargar “el afuera”, probablemente, de mostrarnos lo que queremos desterrar. Lo que nos pasa “afuera”, en nuestras relaciones, en nuestros proyectos, en nuestra salud… también nos habla de nuestro mundo interno, sobre todo de aquellas zonas que ni siquiera queremos reconocer.