Hasta dónde podemos hacer por nuestros/as hijos/as?
Por Pilar Suárez
Seguramente no todo lo que le pasa a nuestros/as hijos/as está en nuestras manos.
Si consideramos las enseñanzas de las tradiciones espirituales, encarnamos en esta experiencia humana con un propósito de vida, aunque en general no somos conscientes de la existencia de nuestra alma ni del propósito que ella vino a realizar. Pero que no lo recordemos no significa que no sea una parte nuestra, que nos constituye y que influye en lo que nos sucede en la vida.
Aún si, como humanos/as, estamos profundamente unidos/as a papá y a mamá, como almas que también somos tenemos un propósito propio, particular, vinculado con lo que necesitamos aprender o hacer (para nuestra evolución en consciencia o para la evolución en consciencia de otros seres humanos).
Por otro lado, si volvemos a las tradiciones espirituales y nos detenemos en las tantas enseñanzas que nos dejó Cristo Jesús, hay una muy valiosa para el tema que nos ocupa, recogida en el Evangelio de San Juan (9: 1-4): “Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?” “Ni él ni sus padres han pecado”, respondió Jesús: “nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios”.
No suele ser simple, en algunos casos, interpretar la palabra de Cristo Jesús, por lo que es válido preguntarnos qué nos quizo transmitir cuando, consultado sobre la causa de la ceguera de ese hombre, dijo: “… para que las obras de Dios se manifiesten en él”.
Estas palabras de Cristo Jesús tienen que ver con una enseñanza que también se reitera en las tradiciones espirituales, y a la que se suele hacer mención con el nombre de “noches oscuras del alma”. Este término refiere al sentido que tiene el sufrimiento humano. Si bien con nuestra mente concreta o racional lo juzgamos y rechazamos, muchas veces “las noches oscuras del alma” son las que, al sacarnos de nuestra zona de confort, nos conducen, silenciosamente, a esos caminos trascendentales en donde nos empezamos a hacer las preguntas más valiosas para nuestra evolución en consciencia. ¿Qué es la vida humana? ¿Cuál es su sentido? ¿Quiénes somos? ¿Acaso somos sólo esta experiencia humana que hoy está sucediendo, o hay mucho más que nuestros ojos no llevan a ver, ni nuestra mente a comprender?
Con esto queremos transmitir que lo que nos pasa y lo que les pasa a nuestros/as hijos/as tienen sentidos que muchas veces ni siquiera llegamos a inteligir. Y que, incluso, muchas veces lo que pasa no está en nuestras manos. La vida tiene un sentido mucho más profundo que el de nuestro ego, por eso no siempre satisface lo que, desde nuestra visión limitada de la vida, queremos lograr.
Es importante saber que, como padres y madres, no somos los únicos responsables de lo que le pasa a nuestros/as hijos/as. Y que, en algunos casos, lo que podemos hacer por ellos/as se encuentra con límites que no está en nuestras manos poder traspasar.
No obstante lo cual, muchas veces -¡seguramente la mayoría!- sí podemos hacer mucho por aliviar a nuestros/as hijos/as de sus dolencias, dificultades, cargas, síntomas. En sistémica vemos cuán profundamente vinculados están los/as hijos/as con lo que, en el sistema familiar que integran, no ha podido ser incluido: cuán profundamente conectados/as están con los dolores que los miembros de la familia no han podido integrar porque fue demasiado para ellos/as o porque no se han dedicado a integrar ese dolor. Ahí nosotros/as, los/as grandes, sí podemos ayudar, y mucho.
Los/as más pequeños/as están al servicio de mirar lo excluido. Sea una persona que, por amor o por odio, quedó excluida del sistema familiar, o una situación que, como generó tanto dolor, fue desterrada de la conciencia o arrinconada en los recovecos más profundos e inaccesibles.
Si los/as hijos/as hacen eso, es porque los/as grandes aún no hemos podido integrar lo que nos pasó, o lo que le pasó a nuestros ancestros y ancestras. Los/as pequeños/as nos muestran lo excluido. Y si nosotros/as miramos lo que ellos/as están mirando, los podemos aliviar de esa tarea tan pesada, que les quita vitalidad y disponibilidad para ocuparse de ellos/as mismos/as y de las actividades que son propias de las etapas madurativas que están transitando. Por eso Bert Hellinger dijo: “Los hijos cargan con lo que los padres no resuelven, hasta que alguien lo mira y lo honra.”
Incluso cuando no podemos cambiar ciertos destinos irreversibles, siempre podemos hacer algo para estar mejor con eso que no está en nuestras manos poder modificar. Si no estamos en paz, algo puede ser trabajado y transmutado: hay una oportunidad para traer paz y bien a nuestras vidas y las de nuestros seres queridos.