La escritura invita a sentirnos
Por Emilia Charra
En tiempos de inteligencia artificial, hiperproductividad, inmediatez y superficialidad urge el recuperar los lazos sensibles, corpóreos y latentes de una palabra escrita y sentida.
Hubo un tiempo en que una escribía un poema de amor a un compañerito de grado, una carta (en una hojita perfumada) a una amiga o llevaba un diario íntimo, al cual se acercaba cada noche sigilosamente para mantener al tanto de su vida.
Ahora estamos ante el desafío de nuevos tiempos posibilitantes, en muchos sentidos, pero profundamente complejos para los tiempos orgánicos de una escritura a mano. Y esto es lo primero que debemos defender, la manuscrita.
Tomarnos el tiempo de sentir el pulso de nuestro corazón, percibir el movimiento de nuestra mano y los cambios en la respiración cuando escribimos sobre una hoja. Además, lo hacemos con todo el cuerpo, con la vista, con la boca, con el ceño, con las piernas…
Me encanta la idea de invitar a todas y a todos a que vuelvan a conectar con ese momento en que el texto, la palabra propia los atraviesa, viene como una bocanada de aire, un susurro orillero o un maremoto interno (porque nuestras aguas están en movimiento casi todo el tiempo) y simplemente -navegando- permitirse pasar al brazo, ala muñeca y de ahí a un cuaderno lo que está sintiendo…
Cuando nos permitimos la escritura libre, desprejuiciada y sin consignas, aflora todo nuestro sentir: nuestros miedos más íntimos, nuestras dudas y contradicciones, pero también nuestras certezas, nuestros claros.
La escritura automática (o las páginas matutinas) puede ser el puntapié para explorar esas zonas de nuestro inconsciente que tenemos pero que, generalmente, ni sabemos que tenemos. Me gusta mucho la propuesta de deshacernos en pedacitos, en sílabas, letras o fonemas; y luego rearmarnos en palabras, en poemas.
Porque de ahí en adelante podemos alquimizar nuestros propios sentires, es decir, no nos quedamos “rotos” luego de vernos así a través de la escritura. Al contrario, ella nos permite liberar eso que estaba oprimiendo el pecho, sentir eso que no nos estábamos permitiendo sentir, despejar ruidos o distracciones mentales y recibir con claridad lo que necesitamos atender, conectar con nuestro lado creativo y nuestra voz suprema, entre muchas otras cosas.