Las consecuencias de los duelos no integrados

Duelos, una mirada desde las constelaciones...

Por Pilar Suárez

 

Es tan dolorosa la muerte de nuestros seres queridos, que solemos desconectarnos de las sensaciones y emociones que sentimos cuando la muerte acontece. Lejos de integrar lo que pasó y lo que nos pasa con lo que pasó, tendemos a huir: rechazando, negando, subestimando, ignorando la realidad y lo que nos pasa con esa realidad que no es la que elegimos.

El dolor es tan abrumador, que es fácil comprender que busquemos refugio en estrategias que nos evaden de lo que pasó. Además, en la cultura imperante, plena de consumismo y entretenimiento, se nos invita a la desconexión y a anestesiarnos con conductas y consumos que nos alejan de mirar lo que está pasando dentro nuestro.

Este escrito no pretende juzgar a nadie por sus comportamientos y elecciones, porque generalmente hacemos lo mejor que podemos con lo que nos pasa. Nuestra cultura no nos enseña a gestionar nuestras emociones y a saber pilotear las adversidades. Y frente a un dolor tan abrumador, a veces apenas si podemos ocuparnos en sobrevivir.

No obstante esto, y con mucha compasión por quienes están atravesando el duelo de un ser querido, es importante compartir qué es lo que sucede cuando no integramos la muerte y el dolor que ésta nos trae.

Me voy a centrar en dos de las principales consecuencias que se desprenden de lo anterior, aunque las manifestaciones son más variadas.

Una de ellas tiene que ver con la exclusión. Aunque hayamos amado tanto a alguien, si de pronto ya no queremos conectar con esa persona porque al hacerlo sentimos un inmenso dolor (y esto es lo que pasa cuando no integramos la muerte y sus consecuencias), vamos relegando a esa persona a la exclusión. No sólo excluimos a las personas que no nos agradan o con las que vivimos alguna situación de violencia o daño: también excluimos a personas que amamos cuando no las miramos por dolor.

Entonces, de pronto dejamos de hablar de esa persona, retiramos sus fotos, desterramos sus cosas o las relegamos al rincón más oculto, como si de pronto esa persona nunca hubiera existido. A veces la exclusión es tan grande que las generaciones posteriores –o incluso los/as que vienen después en esa misma generación- llegan a desconocer la existencia de ese/a hijo/a, de esa pareja, de ese ancestro o ancestra.

Esto trae consecuencias sistémicas. Cada vez que una persona que pertenece es excluida, la conciencia familiar toma a alguien que viene después (en esa misma generación o en generaciones posteriores) para que mire a la persona excluida. Se trata de una dinámica por lo general totalmente inconsciente, pero que trae consecuencias manifiestas en la realidad de esa persona, que de pronto no está libre para vivir su propia vida porque está implicada con un destino ajeno: con el destino de quien secretamente está mirando y con el dolor que ese destino trajo.

Muchas de las situaciones difíciles y desafiantes que viven los niños y las niñas tienen que ver con que no están libres para su vida, por la conexión con ese ser que quedó excluido. Ellos y ellas, por excelencia, nos muestran lo que costó integrar. Porque lo negado sigue a la espera de ser visto e integrado. La realidad que vemos constantemente cuando practicamos constelaciones familiares desmiente el dicho popular de que “el tiempo cura las heridas”. A larguísimo plazo puede ser que el tiempo traiga un alivio. Pero lo que vemos es que lo que nos sucede hoy está conectado con lo que vivieron las tres generaciones que nos anteceden, y a veces incluso más. Con relación a esas generaciones y sus vivencias, el tiempo no llega a ser suficiente para curar las heridas. Éstas siguen vivas, por eso el pasado se repite en el presente, mostrándonos que no es dejando que el tiempo pase como lograremos curar las heridas, sino con dedicación, con acción consciente para hacerle un lugar a lo que es, aunque sea muy distinto a lo que yo esperaba.

Por otro lado, hay otra realidad que acontece cuando nos cuesta integrar la muerte de un ser querido, o cuando no nos dedicamos a ello. Si se trata de la pérdida de una persona muy importante para nosotros/as, la dificultad para asentir a lo que pasó trae como consecuencia, en algunos casos, que nos quedemos “entre la vida y la muerte”: estamosaquí, en la experiencia humana, pero, como esa persona que tanto amamos está en otro plano o dimensión, una parte nuestra, consciente o inconscientemente, desea estar también ahí, donde mora esa persona que tanto añoramos. Deseamos estar con ella. Consciente o inconscientemente, deseamos estar en la muerte. Y eso lo perciben nuestros/as hijos/as. Y trae consecuencias muy difíciles para ellos/as. Porque inconscientemente intentan salvarnos de ese destino, impedir que nos vayamos. Y lo hacen sacrificándose ellos/as mismos/as, intentando dar su vida por nosotros/as. Esta realidad tan cruda es la que vemos que se presenta ante situaciones de este tipo. Y no son casos aislados.

Así de dolorosas son las consecuencias, en algunos casos, cuando rechazamos, subestimamos, negamos o ignoramos lo que pasó. El intento o el deseo de que la vida sea siempre como  queremos es frustrante, porque no va a ser así. La experiencia humana, al menos como hoy la conocemos, incluye el dolor, la degradación, la muerte; también la violencia, el daño, el odio. No obstante, sí podemos relacionarnos de otra manera con aquello que no podemos evitar, aunque quisiéramos.

Como nos enseñan las tradiciones espirituales, las noches oscuras del alma nos ayudan a recordar lo importante, eso que olvidamos, máxime en una sociedad excesivamente materialista, consumista y superficial que “ha matado a Dios” y que pretende erradicar la dimensión trascendente de la vida y de nuestra propia naturaleza.

Dejá un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Carrito de compras