La pertenencia
Por Pilar Suarez

Nos permitimos vivir el bienestar que nuestros/as ancestros/as no tuvieron?
Si bien no siempre sucede, en la experiencia vemos que, en muchísimos casos, no nos permitimos tomar aquello que nuestros/as ancestros/as no pudieron tomar, o nos lo permitimos pero parcialmente, con muchas dificultades.
A veces se trata de lo profesional. Quizás soy la primera generación que puede estudiar, pero, como mis ancestros/as no pudieron hacerlo (aún si lo desearon), se me presentan dificultades en la carrera, o en el tramo final de la misma, o también luego, en el desarrollo profesional.
Otras veces se trata de tomar la abundancia, o la salud, o la armonía en las relaciones, cuando en las generaciones que nos preceden no hubo lo que ahora sí podría haber y ser.
¿Pensaste alguna vez en todas las similitudes que hay en las distintas generaciones que componen una familia? ¿En todos los destinos que se repiten?
Cuando Bert Hellinger, el padre de las constelaciones familiares, abandonó su vida religiosa y se adentró en la psicología, se nutrió de muchísimas fuentes. Entre ellas, tomó los aportes y experiencias del psiquiátra y terapeuta familiar Ivan Boszormenyi-Nagy, que vio la poderosa influencia de lo que llamó “las lealtades invisibles”.
La bebé y la niña que fuimos, o el bebé y el niño que fuimos, necesitó pertenecer. ¿Cómo sobrevive la criatura humana, que nace en una situación de vulnerabilidad y dependencia? A través de los cuidados de las personas que están a su alrededor. La criatura humana necesita de esos cuidados, depende de ellos. Necesita pertenecer a un grupo (biológico o no) que le brinde los cuidados fundamentales que necesita para poder sobrevivir. Somos seres gregarios por naturaleza.
Al principio, la necesidad de pertenecer es fundamental, porque, sin ella, no podríamos sobrevivir. Al principio, es lo más importante.
No obstante, la adultez es ese momento de la vida en donde, luego de tomar todo lo que necesitábamos, ya estamos en condiciones de dar, y también de hacernos cargo de nuestra vida. De cuidar de nosotros/as y de otros/as, de darnos lo que necesitamos. Claro que no siempre podemos vivir la adultez de esta manera pero, más allá de las singularidades de cada ser, la adultez es la etapa evolutiva que nos invita a esta nueva experiencia.
A veces tenemos todo para que nos vaya bien en nuestro camino, como deseamos que nos vaya. Y, sin embargo, nos limitan nuestras creencias.
¿Acaso creo, inconscientemente, “invisiblemente”, que voy a dejar de pertenecer si a mí me va bien, cuando a quienes me dieron la vida y a quienes me cuidaron no les fue de la misma manera? ¿Acaso creo que voy a dejar de pertenecer por diferenciarme de los demás al poder tomar aquello que antes no fue posible tomar? ¿Acaso estoy en la adultez pero me habita, todavía, una creencia nacida en la infancia, cuando efectivamente dependí de pertenecer para poder sobrevivir?
Nunca podemos dejar de pertenecer. Aún si nos habitan creencias que nos hacen dudar de nuestra pertenencia; que nos hacen creer que, si somos distintos, si nos diferenciamos, podemos arriesgar nuestra pertenencia, eso no es posible. En ocasiones pueden producirse conflictos si mis decisiones son reprobadas por algún miembro del sistema familiar, pero la pertenencia está más allá de la voluntad personal y de las acciones personales. Todos/as tenemos nuestro lugar en el sistema familiar, y ese lugar es sólo nuestro/a, y por siempre nuestro/a.
Sirve ser consciente de que, en tanto parte de un sistema, lo que me doy a mí mismo/a, también lo doy a quienes son parte del mismo sistema que yo. Porque estamos unidos/as más allá de lo que es consciente. Entonces, el bien que me regalo, también es para quienes están vinculados/as conmigo. No es sólo para mí. Es una ofrenda que hago a todo el sistema familiar.
Qué mejor que terminar en el recuerdo de estas palabras del maestro:
“Que nadie te haga dudar,
cuida tu «rareza» como la flor más preciada de tu árbol.
Eres el sueño realizado de todos tus ancestros”.
Bert Hellinger.